Dos carreras, cuatro idiomas, un erasmus, algunas prácticas interesantes, y mucho esfuerzo. A mis 23 años mi CV se resume en esta línea y viene seguido de una pregunta: ¿Para qué? Las mujeres de mi generación llegamos con las pilas cargadas dispuestas a luchar por nuestra realización profesional pero miramos hacia arriba, a nuestras madres, hermanas, primas, cuñadas o amigas, que ya pasan la cuarentena, y vemos que todas (iba a decirla mayoría pero me he dado cuenta de que no hay ninguna excepción) renunciaron tarde o temprano a alcanzar el cenit en su carrera laboral para ser madres o dedicar más tiempo a sus hijos.
Unas optaron por la reducción de jornada, otras por cambiar de trabajo y algunas, aunque muy pocas, por dejar de trabajar (fuera de casa). Cuando les preguntas el porqué contestan al unísono: no compensa. Y si sacamos las cuentas concluiremos en que tienen toda la razón. Trabajar doce horas diarias, diez fuera de casa y dos en casa, en un puesto que frecuentemente les queda pequeño, a cambio de un sueldo normalmente inferior al de sus compañeros varones no es precisamente gratificante. Pero si además restamos del salario lo que cuestan al mes las canguros y las asistentas del hogar y sumamos los remordimientos derivados de la falta de dedicación a los hijos, la balanza se inclina claramente hacia un lado.
Un estudio de la London School of Economics, realizado en el 2003, concluyó que entre el 60 y el 70 por ciento de las madres en Gran Bretaña son lo que se conoce como “adaptive women”, mujeres, según el estudio, “preferirían en caso de tener niños, alterar sus modelos de trabajo para acomodarlos a las necesidades familiares.” Pero visto lo visto creo que sería más acertado denominarlas “reasonable women”, ya que, no creo que las mujeres cambien voluntariamente sus modelos de trabajo para poder conciliar la vida laboral y familiar sino que, tal y como está estructurada la sociedad actual, esta es la opción más razonable. No es que prefieran por tanto, sacrificar su carrera profesional, sino que se ven obligadas a ello.
Cuando me asalta el optimismo pienso que quizá las cosas hayan cambiado y que a lo mejor para las mujeres de mi generación la realización profesional no sea inalcanzable. Entonces hablo con una amiga y me explica que su jefe le ha preguntado si podía sacar a pasear a su perro. Al final el que se ha ido a pasear ha sido su jefe y mi amiga respira tranquila mientras anda en busca de otro trabajo. Esa puede ser la clave del cambio porque si nadie pasa por el aro quizá las empresas se planteen cambiarlo.
Hay que decir además, que no somos las únicas insatisfechas. Sólo hay que pensar en tantos padres que llegan por la noche a casa y sus hijos les tratan con indiferencia. Entonces pienso que el cambio no puede estar tan lejos. Mientras no llegue, seguiré temiendo el día en que mi reloj biológico empiece a hacer Tic-Tac o peor aún el día en que al mirar mi CV me pregunte: ¿Para qué? Y no encuentre ninguna respuesta.